martes, 25 de noviembre de 2008

EQUIVOCO

"En la historia de Evaristo podemos ver como al persistir en lograr un amor imposible podemos encontrar el fin de la vida, sin saber por qué".

Por las noches, Evaristo se plantaba en la esquina de la casa de Zoila, con la ilusión de verla. Muchas veces le había hablado de sus sentimientos pero la muchacha le contestaba lo mismo: “Oye no insistas, nunca te voy a querer”.
Quizá algún día se haga el milagro, pensaba.
Caminaba de un lado a otro, prendía un cigarrillo y a veces se tomaba un aguardiente para calmar la ansiedad. En las noches sin luna solo se veían las sombras de los árboles, ni grillos, ni sapos y cigarras dejaban oír sus voces; y hasta los perros acallaban sus ladridos, acompañando con su silencio al infeliz enamorado.
Los gallos iniciaban sus cantos desde muy temprano. Evaristo llegó a conocer el metal de sus voces y las veces que cada uno lanzaba su kikiriki al aire. Era su distracción hasta la llegada del alba, cuando se alejaba temeroso de ser descubierto. Con el tiempo disfrutaba de las visitas, haciendo de ellas una agradable rutina; ya ni siquiera esperaba la salida de la joven, simplemente fue creando un mundo propio con los sonidos, las sombras, y los cantos del lugar.
Lo que nadie sabía era que la joven estaba enamorada de Rogelio. Todas las noches se escapaba a su encuentro saltando el muro del patio trasero, y corría por los matorrales que se extendían hasta un riachuelo cercano. Bajo la sombra de un árbol daban rienda suelta a su pasión, hasta que extenuados, se quedaban dormidos. Este descanso se interrumpía con el primer canto del gallo; era como un reloj animado que les señalaba la hora de empezar de nuevo. El aire se llenaba con sus gemidos y la luna cómplice iluminaba la escena, convirtiéndola en una sensual danza en blanco y negro.
Una noche Zoila no volvió a salir al encuentro del amor. Rogelio fue por unos días hasta el momento en que acepto que no la volvería ver.
“La negrita es muy linda pero no tanto como para exponerme a un desagradable tropiezo con el ogro de su papá”.
Mientras tanto, Evaristo seguía haciendo sus rondas nocturnas. No quería percatarse del profundo desdén que la muchacha sentía. La ilusión de conquistarla, lo mantenía firme en su propósito.
Cuatro meses habían transcurrido desde la última cita de los amante
Esa noche, como las demás, Evaristo esperaba lo que nunca iba a llegar. De pronto empezó a oír gritos que salían de la casa. Inquieto fue acercándose hasta la puerta; de golpe esta se abrió haciendo saltar los goznes por el impulso. Lo primero que vio fue al padre transfigurado por la ira y tras él a la madre tratando de detenerlo; detrás Zoila sollozaba aterrorizada. Llevaba puesta una bata que se levantaba varios centímetros sobre su vientre.
El enloquecido hombre se abalanzó sobre el muchacho:
!Deshonraste a mi hija maldito, pero te juro que no vivirás para reírte de mi vergüenza!
Acto seguido descargó sobre su pecho el machete, con todo el odio que lo animaba.
Zoila gritaba desesperada:
“No él no, él no. El no es el padre de mi hijo”...........

1 comentario:

S .M.T dijo...

Excelente cuento, con final inesperado.Felicitaciones!!
un fuerte abrazoc